29.4.13
Hijo, por favor, come…
El otro día hablando con una amiga me contaba desesperada lo mal que come su hija y el tormento que supone la hora de la comida y la cena en su casa. El desayuno, no, se levanta la criatura con más hambre que un milano y se toma religiosamente la leche con las galletas, los cereales o la magdalena de turno. Además le gusta, no es "asco" como el resto de la comida.
Pues bien, al igual que he hecho con otras amigas y conocidas, le conté mi caso, que por otro lado es de auténtico manual.
A Dios gracias, y a un día que sin dudarlo fue uno de los peores de mi vida, mi hijo se come literalmente a Dios por las patas.
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Premisas:
- Hijo ha sido y es multialérgico, con lo cual su dieta se veía y se ve reducida notablemente (Frutos secos, piel de todas las frutas, prácticamente todas las frutas salvo naranja, manzana, pera, sandía, fresa y un poquito de melón y hasta los cinco años al huevo)
- Padres primerizos que creen que con amor, paciencia y constancia se consigue todo, incluso que coma. Error.
- Pediatra austera, con métodos de la Dama de hierro, pero con un grado de compromiso con la profesión y sabiduría infinita que supo abrirnos los ojos ante el abismo futuro sino solucionábamos el problema cuanto antes.
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Hijo, nació lustroso, 4 kilazos y 54 cm que obligaron, sí o sí, a efectuar una cesárea. Tomaba religiosamente cuánto se le metía para el cuerpo: teta, teta y más teta.
Al cumplir 1 año lo metí en una guardería y ahí empezaron los problemas, que coincidieron con la incorporación de muchos alimentos, los mocos a destajo, las gastroenteritis por norma y las otitis ocasionales. Resumiendo, el niño en los cuatro primeros meses de “guarde” pierde dos kilos y empieza a no comer o a devolverlo todo. Médicos por aquí, médicos por allá, detección de lista infinita de alergias, más polen, pelo de animal, polvo, etc…
En esta época, llego a pedir tuppers de comida de la guardería para intentar los fines de semana imitar el sabor. No hay manera que coma salvo dos cucharadas que recemos a Lourdes para que no eche.
Mi media en el pediatra era de dos veces a la semana.
Pasan los meses y esto va en aumento. Pruebo de todo, el reloj comiendo, la mano dura, la paciencia, los juegos… menos los dibujos de la tele, todo. Tengo que decir que nunca los ha hecho mucho caso, así pues dudaba de su efectividad.
Sobre los 4 años, comienza incluso a meterse los dedos en la boca y provocarse el vómito, lo que originaba discusión mayúscula con Marido. Hijo, como dice el dicho: “a río revuelto ganancia de pescadores”.
Un día, ponemos fin a este suplicio. Nos vamos los tres al pediatra. Entramos en la consulta y exponemos el caso. La pediatra nos escucha y mira al niño constantemente, recuerdo 4 añitos. Descuelga el teléfono y manda llamar a una enfermera. Entra en la consulta la bata blanca coge de la mano al niño y se lo lleva sin mediar palabra. Hijo me mira con los ojos como platos y cara de “Mami, que me llevan y no haces nada…”. Desaparecen por la puerta y nos quedamos a solas con la pediatra, que me río yo de Margaret Thatcher.
Nos dice, vuestro hijo os tiene cogida la medida, se aprovecha de la situación porque es él quien la controla. Perdéis los nervios y lo más importante, con tal de que coma algo en el momento hacéis lo que él quiere. Y la frase que me marcó: “No hay ningún ser vivo que se deje morir de hambre”.
Tras cuarto de hora, vuelve a coger el teléfono e indica que traigan de vuelta al niño. El niño entra por la puerta con cara de aquí se ha cocido algo gordo y yo no me he enterado.
Salimos de la consulta y de camino a casa todo se vuelve una pregunta tras otra, sobre lo que hemos hablado, qué nos ha dicho y qué vamos a hacer. La madre que lo parió al niño de los cojones que es mi hijo.
Llega la cena. Brócoli y filete de pollo. No me gusta. Comienza la función. Mamá esta vez no se pone nerviosa, no discuten papá y mamá, es más, todo es amabilidad y achacan la falta de hambre a que estoy muy cansado. Venga a la camita. Ostras!!! no me obligan a comer, pero es que no me quiero ir a la cama.
“Segundo round”. No. No estoy cansado, ya me tomo la cena. No hijo mío, aquí mando yo y te vas a la cama, todo este discurso envuelto en algodón de azúcar.
“Tercer y cuarto round”. Idem. Finalmente pierde los estribos el nene cuando lo cojo en brazos y me lo llevo a la habitación, dándole besos a discreción. Llantos, vómitos por salón, dormitorio, pasillo, baño…
Asustada que te cagas porque está como poseído por otro ser, sólo falta que levite y que yo me desmaye. Casi pierde la consciencia de la energía que está derrochando. A todo esto, por mi parte, ni un grito, ni una lágrima… todo son cariñitos.
Este tiene más cojones que el caballo del Espartero…
Finalmente el agotamiento llama a su puerta y lo echo a dormir.
Al día siguiente él es consciente que algo ha cambiado. Algo que escapa a su control. Os juro que desde ese día come bien. De manera progresiva, pero bien. Ya no hay tira y afloja.
Me pidió que le perdonara un alimento para no comerlo. Elige. El pimiento verde. Vale, sólo te perdonaré este alimento, el resto los comerás todos. Vale. Ahora, incluso come pimiento.
Esta ha sido y es mi historia. Solamente os puedo decir, que si tenéis este problema lo atajéis cuanto antes. No soy amante de dar consejos, si no me los piden, pero a mí esto me cambió la vida. Ahora si salgo fuera de casa a comer no tengo que pensar dónde voy, y terminar con la hamburguesa o el filete con patatas. Lo mismo le damos a la comida hindú, que a una paella, que un kebab, que a un japonés.
Y todo esto sin Super Nani…
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Este tema me pilla de cerca, así que opinaré al respecto.
ResponderEliminarCreo que hay que diferenciar entre:
1) Niños que comen mal algunos alimentos y bien otros.
2) Niños que comen bien o mal, a rachas.
3) Niños que siempre han comido mal y que son inapetentes, independientemente de lo que les pongas de comer.
Además de esto, es muy importante también, ver si físicamente están bien o no, y si su salud se resiente.
Para el primer y segundo caso, es posible que tu método funcione. Para el tercero (que es el de mi hija) te aseguro que no.
Mi hija nació con menos de 3 kilos y pequeñita. Siempre comió mal. Ni teta, ni papillas, ni sólidos, ni golosinas, ni leches. ¿Por qué? Porque nunca tiene hambre. De hecho, ella duerme del tirón por la noche desde que tenía un mes y medio, porque no tenía ganas de comer por la noche.
Siempre ha estado entre los percentiles 10-25 de peso. Siempre una curva idéntica. Le hicimos todo tipo de pruebas para descartar alergias (también vomitaba mucho cuando tenía de 1 a 2 años).
Para que te hagas una idea, en casa NUNCA le hemos limitado el consumo de golosinas. ¿Por qué? Pues porque no hace falta. Ella come unas cuantas patatas fritas y le basta. Las gominolas ni las prueba, como mucho las chupa para quitarles el azúcar y el resto me lo como yo.
Está perfectamente sana y se pone mala muy poco. Y cuando digo poco, es que en sus 4 años y 2 meses de vida, ha tenido fiebre 3 veces. ¡¡¡¡3!!!!
Los dos primeros años de su vida fueron para mí un infierno con la comida. Pero ya he aprendido a afrontarlo de otra forma. Es una niña sana, ágil, con muchísima energía, lista y que nunca está enferma... ¿qué más quiero? Que no come bien? Pues no, no lo hace. Pero da igual lo que la pongas, no es que no coma bien unas cosas y sí otras. NO. Es que a ella le da igual porque nunca tiene hambre.
¿Y sabes qué? Pues que hay que tener una paciencia infinita con ella, porque comer sin hambre es un infierno, y yo sucumbo a todos los trucos que se me ocurran. Eso sí, mantengo siempre una máxima. Nunca le hago otra cosa de comer. En casa la comida es una. Y si no la quiere, no hay comida alternativa. En esto somos estrictos al máximo. Mi hija come muy poco, pero de todo. Cada vez conseguimos que vaya probando más cosas, y aunque ella tiene sus alimentos que le gustan menos que otros (que son los mismos que los de cualquier niño de su edad), sabe que por ahí no puede pillarnos.
Y si salimos fuera... comemos donde estemos. Si ella come bien, genial. Y si no, me llevo comida para incordiar lo mínimo (sobre todo, si vamos a casa de alguien).
He aprendido a aceptarlo, y ya no sufro.
Sé que en su caso, es algo genético, mi marido y mi cuñada son iguales que ella. Nunca tienen hambre, y son muy delgados. Ella es genéticamente como ellos y son personas sanas y normales, sólo que no disfrutan con la comida, como yo... A veces me dan pena, y otras... como cuando llega la operación bikini... les odio!!!!!
Perdona el rollo, pero creo que era necesaria la distinción.
Besos.
Por supuesto, hay que diferenciar, cada caso es un mundo…
EliminarNo pretendía generalizar, tan solo contar mi caso que es relativamente frecuente. Niños inteligentes que vía la comida se hacen los amos de la casa. Yo veía día tras día como su salud se deterioraba y me agobiaba muchísimo. Además la situación en casa era insostenible…
Un beso
Genial, cómo me he reído con tus explicaciones, son mucho mas listos de lo que podemos llegar a imaginar.
ResponderEliminarUn beso!!!
Ay, Angeles, si es que yo lo tenía mas claro que el agua, pero Marido no llegaba a dar crédito a lo que yo le explicaba. A eso, súmale las alergias, las gastroenteritis, los mocos y el: para cabezón yo. Total, una auténtica penitencia…
EliminarYo ya hace mucho de esta historia,y por suerte mi hija,exceptuando alguna cosa muy concreta, (que a mi tampoco me gustaba y aun no me gusta,lo otro se lo comía más o menos,pero ahora ya he entrado en la fase abuela y aquí caramba como cambia la cosa,si por mi fuera comerían lo que les viniese de gusto,aunque no sea lo correcto, pero como mandan sus padres ahí se las compongan cómo puedan,la verdad es que es complicado, difícil y estresante,ánimos mamás!!!!! 😘
ResponderEliminarTienes razón, yo veo a mis padres ahora infinitamente más permisivos con ellos de lo que lo fueron conmigo.
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