13.3.14

Un lugar, dos vidas…


Violeta, entre 65-70 años, sentada, al lado su marido que está de pie hablando con otro matrimonio. Su lenguaje es brusco, tirante. Habla casi a gritos. Ya nos hemos enterado todos los que estamos en la sala que su marido es un desastre, que no se entera de nada. Que ella le va solucionando todas las papeletas del día. Él no la hace ni caso, practica el “habla chucho que no te escucho”. 

Se acerca una señora y me pregunta algo en referencia al médico, ella, interviene en la conversación y me deja con la palabra en la boca. Más tarde se dirige a mí como el que busca un cómplice a la hora de criticar el retraso de la consulta. Ah no señora, en ese juego yo no entro. Me mira con cara de que poca sangre tienes hija mía. Fija otro objetivo, acaba de llegar una señora más o menos de su edad. 

La enfermera llama a su marido a lo que ella responde como una escopeta. La enfermera se dirige a él como si no la hubiera ni visto, ni oído. Ella contraataca a ese discreto desprecio con una parrafada que no le interesa a nadie. Pasan a consulta.


Por la puerta principal les veo entrar, lentos, silenciosos, ella le ayuda a caminar, cargada con un maxi bolso que grita “plomo”. Se dirigen hacia mí, los dejo paso y ella me sonríe y me da las gracias. No le suelta ni un minuto. Con movimientos estudiados le sienta. Le quita el abrigo. Ella se sienta a su lado, con el abrigo puesto, el de él en los brazos y el maxibolso que bien parece el petate de un militar, sujeto entre sus piernas. 

Ella, pelo corto, facciones limpias y serenas, moderna, sus pantalones y su zapato plano de corte masculino la delatan. Sus gafas de acero le dan un toque intelectual, de mujer cultivada, segura de sí misma. 

Él, cansado, dócil, con dificultades para andar, consciente de quien se sabe dependiente. Agradecido. Mira a su alrededor con resignación, casi con vergüenza. 

Les observo. Saca una carpeta con un montón de hojas, aparentemente informes, con toda seguridad el historial voluminoso de una enfermedad. Mientras ella maneja los papeles él le pone la mano encima de la pierna. Necesita su contacto. Ella lo mira con una dulzura que te hace saltar las lágrimas. Suelta los papeles y los deja en la mesita de al lado. Le coge la mano, la acaricia, la aprieta suavemente y la acerca a su rostro. Les miro descaradamente. Me dan ganas de acercarme y preguntarles como se llaman. Hablar con ellos. De decirles que me maravilla su ternura, su comprensión, su desvelo. Me freno, maldito sentido del ridículo.

Virginia

Foto: visualmobiliario.com


6 comentarios:

  1. Me han gustado mucho las dos vidas. A ellas se le pueden agregar otras. Por ejemplo, la de la espectadora.

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    1. Muy agudo. Es cierto, en esta historia al menos somos tres vidas, bueno más, todos los que estábamos en aquella sala.
      Es curioso, para la semana que viene tengo preparado un micro relato que va en torno a esto.

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  2. que bien escribes y que bien trasladas la emoción y que bien que escenas así nos sigan emocionando.

    Tomasa

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    1. Desde luego que sí. El cariño sincero, sutil y sin aspavientos me enternece muchísimo.
      A lo mejor resulta pretencioso, pero aprendo mucho observando a la gente, sobre todo la gente mayor que cree que ya está de vuelta de todo.

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  3. La de historias que encontramos a nuestro alrededor. Ganan muchísimo cuando eres tu la que las cuenta.
    Un beso

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    1. Gracias, Angeles, pero yo me limito a describir lo que veo. Lo que si intento es buscar la palabra que defina lo que sentía al verlo, "lo que no se ve".
      Bss

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